viernes, 26 de noviembre de 2010

Sin noticias de Gurb de Eduardo Mendoza



Un buen libro, a mi me hizo llorar de risa... aunque para gustos los colores,


Wikipedia:

Sin noticias de Gurb es una novela escrita por Eduardo Mendoza en el año 1991.

"En este libro se relata la búsqueda de un extraterrestre (Gurb) que ha desaparecido, tras adoptar la apariencia de Marta Sánchez en la ciudad de Barcelona
. El narrador no es Gurb, sino otro alienígena que sale en pos de él tras convertirse en el conde- duque de Olivares, aunque va cambiando su apariencia a medida que avanza la trama, y cuyo diario constituye la guía de la narración."

¡Ahí dejo un fragmento! Es largo pero merece la pena:



10.10 Un coche-patrulla de la policía nacional se detiene a mi lado. Desciende un miembro de la policía nacional, me informa de los derechos constitucionales que me asisten, me pone las esposas y me mete en el coche-patrulla de un capón. Temperatura, 21 grados centígrados; humedad relativa, 75 por ciento; viento racheado de componente sur; estado de la mar, marejadilla.

10.30 Ingreso en el calabozo de una comisaría. En el mismo calabozo hay un individuo de porte astroso al que me presento y pongo al corriente de las vicisitudes que han dado conmigo en aquel lugar inocuo

10.45 Disipada la desconfianza inicial que los seres humanos sienten por todos sus congéneres sin excepción, el individuo con quien la suerte me ha unido decide entablar diálogo conmigo. Me entrega su tarjeta de visita que dice así:

JETULIO PENCAS
Agente mendicante
Se echa el tarot, se toca el violín, se da pena
Servicio callejero y a domicilio

10.50 Mi nuevo amigo se da cuenta que lo han trincado por error, porque él en su vida ha abierto un coche para llevarse nada, que pidiendo se gana la vida muy bien y muy honradamente, y que los polvos que la policía le decomisó no son lo que dicen ellos que son, sino las cenizas de su difunto padre, que Dios tenga en su gloria, que precisamente ese día se proponía aventar sobre la ciudad desde el Mirador del Alcalde. A continuación añade que todo lo que acaba de contarme, sobre ser mentira, no le servirá de nada, porque la justicia en este país está podrida, por lo cual, sin pruebas ni testigos, sólo por la pinta que tenemos los dos, a buen seguro nos mandan al talego, de donde saldremos ambos con sida y con pulgas. Le digo que no entiendo nada y me responde que no hay nada que entender, me llama macho y añade que la vida es así y que la madre de un cordero es que la riqueza en este país está muy mal repartida. A modo de ejemplo cita el caso de un individuo cuyo nombre no retengo, que se ha hecho un chalet con veintidós retretes, y agrega que ojalá le sobrevengan cagarrinas a dicho sujeto y los encuentre todos ocupados. A continuación se sube encima de un catre y proclama que cuando vengan los suyos (¿sus retretes?) obligará al citado individuo a hacer sus deposiciones en el gallinero y repartirá los veintidós retretes entre otras tantas familias acogidas al subsidio de paro. De este modo, sigue diciendo, tendrán con qué
entretenerse hasta que les den un puesto de trabajo, como prometieron hacer. A continuación se cae del catre y se abre la cabeza.

11.30 Un miembro de la policía nacional distinto del miembro antes citado abre la puerta del calabozo y nos ordena seguirle con el objeto aparente de comparecer ante el señor comisario. Amedrentado por las admoniciones de mi nuevo amigo, decido adoptar una apariencia más respetable y me transformo en don José Ortega y Gasset. Por solidaridad transformo a mi nuevo amigo en don Miguel de Unamuno.

11.35 Comparecemos ante el señor comisario, el cual nos examina de arriba abajo, se rasca la cabeza, declara no querer complicarse la vida y ordena que nos pongan en la calle.

11.40 Mi nuevo amigo y yo nos despedimos a la puerta de la comisaría. Antes de separarnos, mi nuevo amigo me ruega la devuelva su apariencia original, porque con esta pinta no le va a dar limosna ni Dios, aunque se ponga unas pústulas adhesivas que le dan un aspecto realmente estomagante. Hago lo que me pide y se va.

11.45 Reanudo mis pesquisas.

14.30 Todavía sin noticias de Gurb. A imitación de las personas que me rodean, decido comer. Como todos los establecimientos están cerrados, menos unos que se denominan restaurantes, deduzco que es ahí donde se sirven las comidas. Olisqueo las basuras que rodean la entrada de varios restaurantes hasta dar con una que despierta mi apetito.

14.45 Entro en el restaurante y un caballero vestido de negro me pregunta con displicencia si por ventura tengo hecha reserva. Le respondo que no, pero que me estoy haciendo un chalet con veintidós retretes. Soy conducido en volandas a una mesa engalanada con un ramo de flores, que ingiero para no parecer descortés. Me dan la carta (sin codificar), la leo y pido jamón, melón con jamón y melón. Me preguntan qué voy a beber. Para no llamar la atención, pido el líquido más común entre los seres humanos: orines.

16.15 Me tomo un café. La casa me obsequia con una copa de licor de pera. A continuación me traen la cuenta, que asciende a pesetas seis mil ochocientas treinta y cuatro. No tengo un duro.

16.35 Me fumo un Montecristo del número dos (2) mientras pienso cómo salir de este aprieto. Podría desintegrarme, pero rechazo la idea porque a) eso podría llamar la atención de camareros y comensales y b) no sería justo que sufriese las consecuencias de mi imprevisión una gente tan amable, que me ha invitado a una copa de licor de pera.

16.40 Pretextando haber olvidado algo en el coche, salgo a la calle, entro en un estanco y adquiero boletos y cupones de los múltiples sistemas de lotería que allí se expenden.

16.45 Manipulando las cifras por medio de fórmulas elementales, obtengo la suma de pesetas ciento veintidós millones. Regreso al restaurante, abono la cuenta y dejo cien millones de propina.

16.55 Reanudo la búsqueda de Gurb por el único método que conozco: patearme las calles.

20.00 De tanto caminar, los zapatos echan humo. De uno de ellos se han desprendido el tacón, lo que imprime a mi paso un contoneo tan ridículo como fatigoso. Los arrojo de mí, entro en una tienda y con el dinero que me ha sobrado del restaurante me compro un nuevo par de zapatos menos cómodos que los anteriores, pero hechos de un material muy resistente. Provisto de estos nuevos zapatos, denominados esquís, inicio el recorrido del barrio de Pedralbes...


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